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miércoles, 25 de marzo de 2015

Primavera



            La primavera ya estaba aquí. Y con ella las alergias, las astenias, los cambios súbitos de temperatura capaces de hacer enfermar al más sano y otras lindezas que los poetas románticos siempre obliteraron en sus encendidos versos. Ernesto, diligentemente, se encargó de recordar a Pablo y José Antonio (Guillermo, siempre en busca de compañía femenina, estaba aquellos días ausente realizando un viaje del imserso) tales inconvenientes y aun otros de invención propia.
-“Asma, hidropesía, calambres, autoenvenenamiento de la sangre, forúnculos, depresiones, coriza, palpitaciones, temblores, debilitamiento generalizado….”
-“Pues yo, muchacho –interrumpió Pablo- me siento ligero como un gorrión, ágil como una ardilla, tierno como un cachorro….”
-“¡No me digas que tenemos otro viejo verde!” –soltó Ernesto, en parte molesto porque a él nunca le pasaban estas cosas en primavera, ni aun de joven.
-“Primavera, juventud del mundo!” –José Antonio siempre con sus citas literarias que abarcaban desde los clásicos hasta los más actuales autores. “Siempre ha sido así, desde el hombre de CroMagnon hasta el último de nuestros adolescentes”…
-“Si, pero los cromagnones estaban muy ocupados procurándose el alimento y defendiéndose de depredadores”, observó Pablo, “mientras que nuestros adolescentes lo tienen todo a su disposición!”
-“En eso te equivocas”, respondió José Antonio.”Nuestros adolescentes, por tenerlo todo, no tienen nada, y esto es más que una simple paradoja. Disponen de cualquier cosa menos de criterio, madurez, sentido común, experiencia,….
-“Si, -terció Ernesto, y la culpa de todo ello ¿sabéis quién la tiene?¡Pues los adultos!
-“No, perdona, los adultos han hecho lo que han podido!
-“No os pongáis nerviosos. La vida es un sistema complejo, multicausal, multicomponente y multiimbricado. Las relaciones causa-efecto son siempre una fotografía congelada de un corte unidimensional del asunto. Observemos tranquilamente…”
-“¿Y qué hay que observar? -rugió Ernesto, rojo como un tomate, “Los adolescentes nunca han tenido experiencia, por definición. El problema es que, sin experiencia, poseen todos los cachivaches que les dan cierta superioridad respecto a las generaciones adultas, siempre azoradas delante de los utensilios electrónicos”.
“El poder reside en las multinacionales que controlan las comunicaciones, en los bancos que controlan y especulan con el capital y en los lobbies mafiosos que tienen el mundo por cortijo”, -añadió Pablo.
José Antonio retomó su papel de tranquilizador de ánimos:
“Por mucha superioridad que tengan en la práctica de cachivaches, no pueden poseer aún el conocimiento que subyace tras esos cachivaches, y no me refiero precisamente a la electrónica sino a cuestiones más básicas que afectan a nuestro propio modo de entender la vida y la naturaleza…
-“¿Y con eso todo arreglado?”
-“Con eso adecuarían más su futuro al momento histórico que les toque vivir. Simplemente y nada menos que eso. Ello posibilitaría la rebelión profunda de las nuevas generaciones contra lo que de rémora arrastran sus predecesores”.
-“¿Pero tú aún crees que las revoluciones las provocan los intelectuales?” –sugirió Pablo, un tanto descolocado.
-“Las revoluciones, como cualquier otro hecho social, se dan por conjunción de una necesidad básica, de la que participa todo quisque, con una necesidad más profunda de la que participan unos pocos y que usualmente precede a la anterior.
-“Pero eso no tiene nada que ver con las manadas de adolescentes narciseando o practicando el exhibicionismo cibernético, o con los debates televisivos entre ignorantes chillones…”
-“Pues si que tiene que ver. Los debates televisivos están pensados para satisfacer la autocomplacencia de los que se identifican fácilmente con posiciones simples. En ellos se sigue apelando a la lógica, a la racionalidad y al determinismo como si Heisenberg, Gödel, Bohr y Tarski no hubieran existido”.
“Jose Antonio, siempre serás un pedante!” –sentenció Ernesto medio en serio medio en broma, actitud que siempre creyó que era la que más convenía a este mundo incierto.
De repente se levantó una gran ventada cargada con el polen tóxico que Ernesto trataba de exorcizar con tanto ahínco. El sol quedó oculto por la nube alergénica, hasta tal punto que diríase que un eclipse total estaba comenzando. El suelo tembló suavemente durante unos segundos dejando a nuestros interlocutores llenos de funestos presagios.