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viernes, 27 de noviembre de 2009

Buenas personas


Cuando hablamos de alguien y no tenemos otra cosa que decir de él que algo así como que “es buena persona” solemos dar a la frase una connotación ligera ó fuertemente negativa. Este hecho nos debería hacer reflexionar sobre el valor que hoy en día otorgamos a la moralidad. Porque, pensándolo un poco, ser “buena persona” en los tiempos que corren es algo que roza el heroísmo. El número de personas de las nuevas generaciones que piensan que siendo “buena persona” no se llega a ninguna parte en este mundo sigue teniendo un peso importante. Todavía quedan bastantes vestigios, por tanto, de la famosa generación X, aquella que, siguiendo una ley generacional inexcusable, se rebeló contra la generación que le había precedido, la de los que querían cambiar el mundo de forma pacifista, con flores de todo tipo, incluidas las de adormidera, y se decantó hacia el supuestamente glamouroso universo yuppie. Muchos de los miembros de esta generación suelen distinguir continuamente entre lo que se aparta de la ley y lo que puede ser moralmente reprobable. Esto no deja de ser un mero juego de palabras. Porque lo que se supone que la ley debería reflejar no es otra cosa que un uso de códigos éticos intersubjetivos mínimos. Si alguna acción es legal pero moralmente dudosa, es señal inequívoca de que la ley no está bien configurada. Ya sé que hecha la ley, hecha la trampa. Solamente hay que remitirse a todos los casos de corrupción local con que los medios de comunicación nos han regalado en los últimos tiempos. Ante tanto robatorio nos escandalizamos, por eso, de manera un tanto superficial y aparente. En el subconsciente de muchos flota una admiración hacia la picardía y la trapisonda. Ello explicaría el por qué los italianos insisten en votar a un delincuente como primer ministro.

martes, 17 de noviembre de 2009

Verdades


No debéis temer a la verdad; sólo la verdad os hará libres. Esta famosa cita de la carta de san Pablo a los Romanos, bien que en el siglo I no se había inventado aún la filosofía crítica, tiene un gran contenido autoreferencial. Y la verdad a la que hace referencia es, simple y llanamente, la verdad subjetiva ó intersubjetiva. Es una frase fuertemente asociada al desarrollo de la persona, una afirmación que invita al crecimiento, de aquellas que te ponen un espejo enfrente de tu rostro para que aumentes tu grado de conciencia. Un poco como la historia de Pinocchio, Pepito Grillo y la famosa nariz creciente. Pero claro, lo que no dice es que la verdad sea agradable a primera vista, como tampoco lo sea la libertad. Y en los circuitos mercantilistas lo que se vende no es libertad, sino todo lo contrario. Se vende todo tipo de pócimas para adormecer la conciencia y acceder con ello a una efímera sensación de bienestar que dura poco y además deja resaca, con lo que la pócima debe de ir aumentando cada vez más su potencia sedativa, hasta convertirse en estupefaciente que llegue a provocar una profunda escisión interna del ser. Puedo parecer estrechamente moralista pero me ciño simplemente a datos objetivos. Ya sé que el mundo, ahora como casi siempre, prefiere vivir engañado y feliz. Debe ser por eso que hoy día cualquier presentación, información, resumen ó actualización debe de contener altas dosis de (auto)engaño, so pena de no pasar censura previa. Lo que más me inquieta en estos casos es la naturaleza del supuesto receptor del engaño. A fuerza de querer engañar con menguante sentido de vergüenza o de disimulo nuestra meta natural no es otra que la del autoengaño. Y eso es más bien patético. El mundo engañado y feliz, a propósito , es el título de una agridulce cancioncilla de Mozart con texto de Christian Weise:


El rico necio, forrado de oro,
atrae las miradas de Celimena;
ella repudia al hombre honesto
y elige al chicharelo por marido.
Se celebra una fiesta suntuosa,
y pronto llega el arrepentimiento.
¡Si el mundo quiere ser engañado,
que sea engañado¡

Beate, que hace pocos días
era la reina de las cortesanas,
empezó a vestir de violeta,
y a adornar púlpitos y altares.
A juzgar por su apariencia,
muchos la tendrían por un ángel puro.
¡Si el mundo quiere ser engañado,
que sea engañado¡

Cuando beso mi Carolinilla
tiernamente le juro fidelidad eterna;
ella hace ver que ningún otro joven
conoce aparte de mí.
Una vez que Cloé me robó el corazón
Damis ocupó mi lugar.
¡Si todo el mundo debe ser engañado,
yo también seré engañado¡

martes, 10 de noviembre de 2009

Uniformidad


Una de las cosas que más me aterra de nuestro presente es su aparente uniformidad. En realidad el mundo siempre se nos presenta como multiforme, dependiendo no solamente del grado de percepción de cada uno sino especialmente de la amplitud de sus referentes (experiencia) y de la madurez de sus apreciaciones (conciencia). Todo esto no es tenido en cuenta normalmente a la hora de emitir juicios, ya que estamos absolutamente obcecados por una especie de realismo ingenuo que se da sin más por supuesto y que nos hace creer que somos transparentes en nuestras apreciaciones y directos en nuestras percepciones. El mundo de la ciencia –que por otra parte respeto y al cual de alguna manera también pertenezco- tiene una parte de la culpa en el fomento de esta suposición tácita. En la actualidad se toma por científico todo lo que proviene de algún tipo de experiencia, con datos contrastados y referencias. Pero esto es solamente una parte del trabajo científico; la parte que podríamos tildar de “tirar del hilo” y que Kuhn denominó con más o menos acierto “ciencia normal”. Lo que este autor denominara “ciencia revolucionaria” está en la misma base del edificio y consiste nada menos que en dar a luz (en el sentido socrático) nuevos paradigmas, nuevas mentalidades. El mundo de las ciencias naturales nunca ha llegado a tomar del todo en serio esta línea de pensamiento (que deriva directamente de Koyré y Bachelard, por cierto) y quizá por ello que el campo de las humanidades no solamente lo adoptó sino que lo interpretó a su gusto y manera, dando un barniz de postmodernidad al conjunto con el que el propio autor nunca llegó a estar de acuerdo. La tendencia a aceptar únicamente la parte material, física, externa, como único elemento constitutivo de una nunca discutida realidad objetiva e independiente con la consecuente relegación del resto a la zona equívoca de la subjetividad hace el resto.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Die Mauer


Se celebra estos días el vigésimo aniversario de un hecho que resume y simboliza el fin de toda una constelación de situaciones, mentalidades y acontecimientos que envolvieron al mundo desde el final de la Segunda Guerra Mundial. El muro de Berlín era la guerra fría, la tensión entre dos bloques, el telón de acero, la política del terror. Pero cuando todos los elementos estuvieron en su justo punto de cocción, bastó una pequeña revolución de terciopelo para que todo el entramado tan férreamente mantenido durante tanto tiempo se viniera abajo en un santiamén. ¿La razón? El cambio de mentalidad, sin duda. Buena parte de los giros globales en la historia tienen este origen. El cambio de mentalidad, sin embargo, es un proceso lento, que requiere su tiempo, sus batallas y sus mártires tardíamente comprendidos. No es simplemente una cuestión de medición de fuerza bruta, como muchos historiadores de otras épocas querían creer. Las nuevas mentalidades suelen ser más avanzadas que las antiguas (aunque la historia demuestra que también existen peligrosos recovecos que después deben de ser dolorosamente retrocedidos). Y por más avanzadas, además de más convenientes y adaptadas, entiendo un grado de evolución de conciencia que afecte a todos los parámetros de una época. Por mucho que el señor Amenábar se deleite con Hypatia y quiera contraponer el refinamiento del paganismo con la barbarie del cristianismo (en una especie de imposible dualidad atemporal llena de clichés, y que procede directamente de la literatura de los últimos 200 años), ésta última mentalidad representaba en el S IV la visión más evolucionada, que tendía a admitir una especie de relación nueva entre toda la humanidad más allá de la tribu, a la vez que tomaba conciencia de las limitaciones morales de la esclavitud. Como el lampedusiano Príncipe de Salina reconociendo que la historia había pasado página y el feudalismo se había agotado. El problema tiene lugar cuando asignamos a una mentalidad la etiqueta estática simple de buena ó mala. Porque el quid de la cuestión está en la evolución y conveniencia de cada una de ellas a lo largo de la historia.