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jueves, 17 de febrero de 2022

Post-Reflexión

 


                   Acabado ya de leer Postmodern Music, Postmodern listening, me vienen en mente una serie ulterior de reflexiones alrededor de nuestra postmodernidad:

-El agotamiento del camino que ha guiado la Modernidad en su evolución y el supuesto alejamiento del gran público por parte de las obras en su postrer período son dos fenómenos paralelos pero no necesariamente relacionados causalmente. La distinción entre Postmodernismo y Postmodernidad, a estas alturas, sin embargo, ya no es posible.

-La pretensión de estar más allá de cualquier paradigma es el resultado de la progresiva disolución de los paradigmas o, mejor, del gran meta-paradigma de la Modernidad. La conciencia -vertiginosa- de la movilidad de paradigmas ha dado paso a la creencia -gratuita- de que cualquier paradigma se puede elegir ad hoc y ponerse sobre la mesa de juego, que conservaría así un carácter de fondo neutro para decorar al gusto de cada cual.

-La conciencia de mesa de juego neutra es -aunque muy débil-, un paradigma.

-Todo lo que es el caso es el fruto de una relación, siquiera una relación con un paradigma. El olor a rosas no es algo que esté ontológicamente unido a la esencia de la rosa sino el fruto de una relación entre unas moléculas volátiles que la especie ha desarrollado y unos receptores olfativos que un organismo ha desarrollado. Para alguna especie la rosa puede no ser en absoluto olorosa o, incluso, dar lugar a un olor desagradable.  

-La pretensión de estar fuera del tiempo y negar así la evolución da paso a la utilización del pasado para crear superposiciones que pueden ser generadas por cualquiera como simple juego gratuito.

-La evolución es un fenómeno que se da de forma natural en el mundo físico y en el mundo biológico. ¿Por qué no se tendría que dar igualmente en el mundo noético?

-Si el mundo de las ciencias de la naturaleza se hubiera planteado más en serio la filosofía de Kuhn y el mundo de las ciencias humanas se hubiera planteado más en serio la filosofía de Popper -en un grácil intercambio de filosofías favoritas- el mundo del intelecto estaría sin duda mucho más equilibrado.

-El mundo actual, en su ridículo sometimiento para con la llamada corrección política, confunde la igualdad de votos -grandeza del sistema democrático- con la igualdad de opiniones -miseria de la laxitud paradigmática-. El trabajo de depuración y profundización que se debía hacer en la Modernidad para poder “entender” la obra de un gran creador se ha visto substituido por la gratuidad caprichosa capaz de superficializar cualquier contexto. Como la putilla del film de Woody Allen que "escribe como Chejov".

lunes, 7 de febrero de 2022

Mercancías


 

                 Estoy leyendo ‘Postmodernismo musical, escucha postmoderna’, el libro póstumo (2019) del estudioso de la música Jonathan Kramer, fallecido en 2004. Kramer define muy bien -operativamente, eso si- la indefinible constelación postmoderna, asumiendo que no se trata de una época que sigue a la Modernidad, sino una actitud del oyente cuyo origen se puede rastrear cien años para atrás en la historia. El concepto de la Modernidad que usa el libro, sin embargo, no se corresponde con el de la Edad Moderna, tal como se tiende cada vez más, sino con el de los primeros dos tercios del S XX. El autor lo clarifica apuntando que en el libro no se habla de Postmodernidad sino de Postmodernismo, entendiendo por ‘Modernismo’ la obra de los autores del S XX que derivó en las vanguardias. Quizá en 2004 todavía se podía tener esta perspectiva diferenciada, pero a la vuelta de la tercera década del S XXI no veo demasiado el punto de tal delimitación. Quizás los autores que Kramer considera formando parte de la legión de los ‘modernistas’ no sea más, a la postre, que el último ramillete de autores de la Modernidad.  Entre las abundantes citas de autores versando sobre la postmodernidad aparecen, incluso, las de U. Eco, quien concebía postmodernidades en todas las épocas como simple fruto del cansancio y evolución histórica (así, Beethoven constituiría una especie de postrmodernidad de Mozart, lo que no deja de ser tremendamente confuso). Kramer dedica también secciones enteras del libro al tema de la temporalidad musical (tema que demostró dominar con su espectacular ‘The time of Music’ de 1988), y aquí da bastante en el clavo respecto a la diferencia entre Modernidad y Postmodernidad musicales. Mientras que los autores modernos (y aquí considera modernos a Haydn o Beethoven, o sea pertenecientes a la Edad Moderna) dicotomizan el tiempo musical entre el ‘real’ y el estructurado por la música (que en múltiples ocasiones se complacen juguetonamente en alejar mutuamente), los postmodernos, aun considerando las diferentes temporalidades, no consideran que una de ellas sea la ‘real’.  Cuando le llega el turno a las consideraciones sociológicas alrededor del postmodernismo musical es cuando a mi se me cae el alma a los pies porque aparece el siempre mal disimulado amor por el dinero por encima de todo tan propio de la sociedad americana. Y Kramer asume que para los compositores postmodernistas la música es una mercancía que debe ser convenientemente gestionada por el autor. Es muy peligroso iniciar el camino que conduce al “tanto genera, tanto vale”. Cada época de la Modernidad ha tenido sus receptores/pagadores a los cuales había que complacer -o no-. Cuando los compositores escribían para la Iglesia, para la aristocracia, para la burguesía, para el público melómano, sabían que tenían que contentar a sus pagadores, pero podían estirar la cuerda llevándola hacia su terreno (y ésta lucha constante define en buena medida el destino del artista de la Modernidad). Si ahora solo pensamos en tener que complacer a un público que se enorgullece de su ignorancia, la cual crece exponencialmente de forma natural, el driver de la autodestrucción está servido.