Vistas de página en total

viernes, 20 de mayo de 2016

Ritos


         Las deconstrucciones, hoy tan a la orden del día, afectan a todas las actividades humanas, desde las noéticas a las éticas pasando por las ritualísticas, artísticas o folklóricas. La actitud deconstruccionista está subsumida en el corazón mismo del pensamiento post-moderno: la falta de un espacio o significado absoluto –llámese metafísica o de otra manera- en referencia a nuestros signos que, desde este punto de vista, sólo dependen unos de otros y no de un fondo común que los referencie. La constatación de este hecho siempre me ha parecido una conquista importante, pero sólo representando un estadio pasajero que suponga una movilización de referentes y no lo que ha acabado haciendo la post-modernidad: aislando elementos, racionalizándolos y proyectándolos contra un supuesto fondo de pantalla blanca que no deja de ser lo que siempre ha negado: un absoluto inamovible. Comienzo de esta manera tan teórica y abstracta para seguir con el tema propio de este post: las deconstrucciones de las costumbres y ritos. Es absolutamente normal y aun necesario que las costumbres evolucionen. Los ritos, que forman parte de las acciones ligadas a una estructura mítica de pensamiento, también evolucionan de forma paralela al progresivo hundimiento en el inconsciente de tal estructura de pensamiento. Las costumbres y ritos fúnebres han estado presentes desde épocas muy remotas de la historia de la humanidad, y han evolucionado de la manera descrita, desde la pura magia hasta el rito y más allá, conllevando además aspectos sociales, de cohesión tribal/social, aspectos estéticos, etc. Cada época y cada cultura ha poseído, como parte de su evolución, una colección de acciones y ritos que le han sido característicos. La post-modernidad, en su afán de haber superado la evolución histórica, ha creado una deconstrucción del rito para cualquier uso. Lo ha hecho, empero, intentando preservar a toda costa la mentalidad anterior, la mítica, y lo ha hecho con miras a mantener el negocio que supone el acto fúnebre. De esta manera las empresas pseudo-públicas que se encargan de desplumar al ciudadano lo hacen sobre la base de sus creencias, temores, vergüenzas, y contricciones. ¿La forma de combatir este desajuste? Una vez más, la educación. Cuando el rito se deconstruye (entierro/cremación; féretro abierto/cerrado; flores si/no; esquela si/no –tamaño?- ; ceremonia laica/religiosa –qué religión?- música si/no –cual?- duración -10?15?20 min?-; servicios post-funerarios si/no…..) pierde toda su significación, que se halla enraizada en la tradición y su evolución. Si referimos los elementos descohesionados como si tuvieran entidad propia y nos dedicamos a construir combinaciones lineales ad hoc hemos matado ya al insecto para pincharlo en la colección. Ya no es un insecto; es un objeto de contemplación. Por eso veo una contradicción insoportable entre este afán digitalizante y la mentalidad funeraria tradicional. Si la mentalidad evoluciona dejemos que aparezcan nuevos ritos y no juguemos con los elementos desmembrados de los antiguos. Una espiritualidad evolucionada puede considerar que la materia es sagrada sea cual sea su estado y destino; que el espíritu del difunto se halla en la mente de los que lo conocieron; que la individualidad personal es un espejismo que desaparece tras la defunción; que la memoria de un difunto se puede evocar en cualquier lugar y ocasión y que todos los seres se hallan unidos en una gran red-de-vida omniabarcante. Lo que implicaría que la gestión de los cadáveres se realizara de forma sencilla y con dinero público de ese que tanto se roba en beneficio privado. Y el que quisiera construir un baldaquino barroco con su dinero por aquello de impresionar al vecino incluso en estado post-mortem, pues allá él.


viernes, 13 de mayo de 2016

Per al meu pare



Do not go gentle into that good night

Dylan Thomas1914 - 1953

Do not go gentle into that good night,
Old age should burn and rave at close of day;
Rage, rage against the dying of the light.

Though wise men at their end know dark is right,
Because their words had forked no lightning they
Do not go gentle into that good night.

Good men, the last wave by, crying how bright
Their frail deeds might have danced in a green bay,
Rage, rage against the dying of the light.

Wild men who caught and sang the sun in flight,
And learn, too late, they grieved it on its way,
Do not go gentle into that good night.

Grave men, near death, who see with blinding sight
Blind eyes could blaze like meteors and be gay,
Rage, rage against the dying of the light.

And you, my father, there on the sad height,
Curse, bless, me now with your fierce tears, I pray.
Do not go gentle into that good night.
Rage, rage against the dying of the light.

viernes, 6 de mayo de 2016

Onanismos


               Una época narcisística es necesariamente una época onanista. Y si una parte no despreciable del narcisismo viene cristalizada alrededor de la exhibición de  imágenes, una parte importantísima de ellas tiene un origen claramente onanista: las selfies. El retrato fotográfico nació, en la época de los albores de la fotografía, como un intento de plasmar una persona o grupo de personas a la manera de un retrato pictórico. Es decir, con una pose artificial y afectada. Es más, como el trasunto primero burgués y más tarde proletario del aristocrático óleo. Hace cien años todas las familias, incluidas las de origen humilde, pasaban, una vez en la vida al menos, por casa del fotógrafo para realizar “la fotografía” que las inmortalizara, y que luego enviarían incluso, a modo de postal, cargada de buenos augurios y autógrafos  a sus parientes y amigos. La apariencia de los personajes nada tenía que ver con su imagen habitual: vestían con el traje de las grandes ocasiones, que rara vez se ponían, sobre un decorado con tenues arbolillos que parecía una versión burguesa de los fondos pictóricos renacentistas, e incluso en ocasiones lucían, como las postales iluminadas, unos toques de color sobre sus mejillas y que permitían, a su vez, efectuar leves modificaciones del color de sus cabellos. Cuando la posibilidad de hacer fotografías se vulgarizó –especialmente tras la universalización de la auto locomoción- las familias no tan solo retrataban a gogo a sus familiares sino también –y especialmente- los lugares que visitaban (las fotos-trofeo en que el familiar aparecía, a veces con tamaño liliputiense, ante el decorado ahora natural del lugar visitado). En aquella época de las Instamatic y Verlisa rara vez se pretendía fotografiar una cara de cerca. Solamente los que realmente amaban la fotografía y se habían comprado carísimos objetivos especiales podían hacerlo sin riesgo a desenfoques o deformaciones de los rostros. La irrupción de la fotografía digital supuso un salto a una nueva era. El resultado ya no se hacía esperar hasta el revelado y las copias. Ahora era posible tener un feed-back instantáneo que nos guiara a través de un trial-and-error hasta el resultado deseado. Además –¡gran novedad!- ya no era necesaria la iluminación del fogonazo de magnesio en interiores. La débil luz de una vela era suficiente para dejar su rastro en el objetivo, que por algo la física es más esencial que la química. El paso siguiente no se hizo esperar demasiado: la incorporación de cámaras fotográficas a cualquier tipo de utensilios, hasta llegar a los smartphones. Estos aparatos han supuesto una revolución en las comunicaciones pero evidentemente con su parte regresiva incorporada. Así, los adolescentes no se desprenden de ellos porque los utilizan para expandir –con ayuda de las insidiosas redes sociales- su narcisismo y exhibicionismo naturales. Imagino al arquetipo de adolescente que representa el mozartiano Cherubino utilizando su smartphone para hacer furtivamente fotos comprometidas de tutte le donne del palazzo y, como no, gran cantidad de fotos reflexivas, auto-fotos o, como se las conoce vulgarmente, selfies. La selfie publicada en una red social satisface simultáneamente los impulsos narcisistas y exhibicionistas de adolescentes y población adolescentoide de hoy en día. Pero el problema de la selfie es que, debido a un simple problema de óptica, ofrece una imagen deformada del rostro debido a la excesiva proximidad del objetivo. Curiosamente el adolescente ha aprendido a vivir con esta deformación en sus manifestaciones visuales. El adolescentoide, con más recursos y menos tragaderas que su joven emulado, ha preferido desarrollar el llamado palo de selfie o brazo alargador que permite autofotografiarse a una distancia suficiente como para esquivar la deformación. El palo de selfie parece querer hacernos olvidar el origen onanista de este tipo de fotografía. Al menos con este artilugio también se pueden auto-fotografiar grupos. Algo es algo….