Vistas de página en total

sábado, 26 de abril de 2008

Exhibicionismo


Uno de los numerosos rasgos característicos de nuestro momento es una marcada tendencia al exhibicionismo. Muchos individuos, por dinero, notoriedad ó vete a saber qué, acceden a ser exhibidos públicamente en los mass media que venden tal mercancía bajo el disfraz de experimento psicológico sobre incomunicación y comportamiento. Los happenings que involucran recintos transparentes están a la orden del día. El exhibicionismo se ve favorecido por el boom de las comunicaciones. Bajo este punto de vista también los blogs pueden considerarse afectados por esta tendencia. Los diarios personales han servido durante siglos de espejos interlocutores del alma. En algunas ocasiones especiales, como en el caso de personajes históricos destacados ó testigos históricos excepcionales –Anna Franck-, los diarios acababan siendo póstumamente publicados. El pudor acostumbraba a impedir la publicación en vida. Un blog puede ser más que un simple diario, pero en la mayoría de los casos y sea cual sea su etiología, exhibe un paralelismo vital con su autor, que de esta manera saca públicamente a coletear sus vivencias, fantasías, ideas, obsesiones, deseos, creaciones ó frustraciones. Incluso en el terreno artístico, en el que por tradición se supone un cierto grado de exposición pública, la tendencia se hace ver. No en el sentido de los artistas románticos, que exhibían –y exhiben- su vida personal a fuerza de volcarla en sus creaciones. Me refiero, por ejemplo, al consejo de Philip Glass al espectador de su Einstein on the Beach conminándolo a salir durante la función a tomar un café y observando, a su regreso, que en el escenario todo sigue igual, con el consiguiente aumento de la sensación de voyeur de un fondo neutro y atemático. La voluntad de exhibición tiene uno de sus orígenes más evidentes en la pulsión narcisista, consciente ó no, que busca a toda costa la atención y admiración del prójimo. Pero no es éste su único origen. El atrincheramiento de la racionalidad, el auge de la despersonalización, la pérdida de un suelo común, conllevan a su vez la incomunicación, fuente de locuacidad como pocas. Como apuntaba un post hace unos meses, cada vez se escribe más para ser leído por menos gente.

viernes, 18 de abril de 2008

Dualidades de nuevo


Los antiguos maestros orientales y los modernos de todo el mundo nos enseñan que las dualidades, que nos empeñamos en seguir adscribiendo a esencias externas e independientes de nuestros modos de aproximación, se resuelven simplemente ascendiendo nuestro nivel de conciencia de la correspondiente apreciación. De esta manera, al aumentar el número de dimensiones, lo que nos parecían los extremos opuestos de un segmento se nos aparece ahora como la proyección de una circunferencia cuyos puntos, más que oscilar entre los extremos del segmento, giran alrededor del centro. Cuanto más difícil de solventar nos parezca una aparente dualidad, más elevado tiene que ser el nivel de conciencia capaz de integrarla. A partir de cierto nivel, las estructuras mental ó mental-racional se ven superadas, de manera que la resolución, la síntesis, va necesariamente más allá del logos ó la construcción racional. Y ahí por tanto se sitúan los límites de la propia filosofía y de la ciencia. Lo cual no quiere decir que no puedan existir modos de apreciación compartidos capaces de alcanzar estas regiones que nos aparecen desde nuestros puntos de vista fuertemente teñidas de subjetivismo ó apreciación en primera persona. También desde nuestro punto de vista las etapas prementales –mágica y mítica- resultan particularmente subjetivas e individuales, lo cual no es cierto; ambas tienen mucho de colectivas y es por ello precisamente por lo que mantienen un suficiente grado de intersubjetividad. Desde el momento en que consideremos los diferentes estadios de conciencia como despliegues evolutivos más que como dicotomías comprenderemos mucho más como se hace posible la ampliación de los campos de estudio. La situación actual de ciencias de la naturaleza, al contrario que la de la filosofía, parecen todavía muy alejadas de sus límites. Se diría que la filosofía ya lo ha dicho todo y que las ciencias de la naturaleza todavía tienen que acabar de revelarnos las últimas verdades de la existencia. Esta pintura no es más que un espejismo fruto de nuestra posición relativa. El planteamiento de la filosofía como tal comenzó con la era mental, mucho antes que el planteamiento de las ciencias, que comenzaron con la última etapa de la era mental, la racional, y es por ello que la conciencia de sus límites aparece antes. Podemos observar, sin embargo, cómo la pionera de las ciencias, la física, rozó hace ochenta años sus propios límites: la mecánica cuántica, que, lejos de ser un constructo positivista, plantea un modelo que tiene mucho de transracional. En palabras de uno de sus fundadores, Niels Bohr, si uno cree entender el modelo que subyace detrás del aparato matemático de la mecánica cuántica es que no ha entendido nada. Apreciación que es todo un síntoma. Y otro día hablaré de dualidades porque hoy he orillado absolutamente su discurso.

domingo, 13 de abril de 2008

Miseria moral


Una sociedad como la nuestra en la que cada vez más individuos quieren aprovecharse de los débiles –y se importan débiles si hace falta aumentar su masa crítica-, en que se retan constantemente los límites de la legalidad, que a su vez va ampliando sus miras conforme las necesidades de los poderosos, que ve como la despersonalización gana terreno día a día y un sistema anónimo envía automáticamente mails a los que no se puede responder para comunicarte que has sido despedido de tu trabajo ó para hacerte llegar condolencias por la muerte de un ser querido, una sociedad falsamente triunfalista en la que no cabe la crítica y cualquier atisbo de desviacionismo del rebaño acaba siendo castigado, en la que un narcisismo compulsivo impide la visión serena y acaban confundiéndose las zanahorias podridas con el maná celestial; una sociedad que ha llegado a confundir el relativismo moral con la inexistencia del sentido moral sólo puede describirse como la sociedad de la miseria moral. Sin embargo, todo tiene numerosas lecturas y basta que abramos más nuestra mente para impedir caer en una espiral depresiva. En el último de los mahlerianos Kindertotenlieder, sobre textos de Friedrich Rückert, la orquesta describe una terrible tormenta que acompaña la angustia de alguien quien se recrimina el haber dejado salir a sus hijos con tal tiempo. Después de un paroxístico clímax que envuelve las crecientemente obsesivas autorecriminaciones la atmósfera cambia cuando el texto, sobre la música de una tranquila nana, sugiere que ahora los niños están en el paraíso, tan seguros como en el regazo de su madre. Cuando acaba la canción nos damos cuenta de que tanto la tormenta como lo calma no son más que estados mentales y que el turning point que se produce a media canción no es más que la aceptación de una situación. De forma paralela, aceptando la presente coyuntura como etapa necesaria de transición hacia una nueva situación que nuestra conciencia pueda reconocer realmente como nueva y productiva se ha convertido en una de las pocas maneras de sobrevivir la locura actual. Además basta abrir un poco los ojos para observar los cambios profundos que ya se están operando; no en la superficie pero sí crecientemente a niveles más profundos.

martes, 8 de abril de 2008

metaespacios y autorepliegues


Muchísimos años antes de que Bertrand Russell formulara su célebre paradoja sobre los conjuntos que se autocontienen, y todavía más tiempo antes de que la postmodernidad teorizara sobre la futilidad de las metaposiciones, los artistas creadores ya habían introducido tales accidentes en sus obras. Creo que el Quijote es la primera novela que se autocita (al principio de la segunda parte). Este hecho aparentemente tan simple crea en la conciencia del lector una nueva perspectiva o, mejor dicho, lo sitúa en una nueva gestalt ubicada en un terreno más abstracto que el meramente ficcional al que, a esas alturas de la narración, ya se ha acostumbrado. Existe también una forma muy característica de autocontención, que consiste en el sarcasmo sobre la propia estructura narrativa. Un maestro temprano en esta especialidad fue el dramaturgo Carlo Gozzi. En sus obras Turandot y El Amor de las 3 Naranjas (llevadas al teatro musical por Puccini y Prokofiev, respectivamente) asistimos a una acción principal cuyos momentos más trágicos se ven interrumpidos por irónicos comentarios de personajes secundarios que relativizan tal acción principal. Aunque los motivos iniciales de Gozzi estaban relacionados con la sátira y la crítica de autores contemporáneos, el perfil final de las obras antes citadas les confiere una mayor profundidad de miras muy característica que también configura las respectivas óperas (más la del ruso que la del italiano, menos dado éste último a observar desapegadamente). Así, cuando tras la muerte por sed de las dos primeras princesas surgidas de las gigantes naranjas, el príncipe, desconocedor de este hecho, abre la tercera, se crea en el espectador la sensación de tragedia inminente. Esta sensación, sin embargo, se desvanece cuando, tras las dramáticas súplicas por parte de la princesa pidiendo agua en medio del desierto, aparece un lacayo provisto de un cubo lleno. Un coro invisible comenta la escena y discute en determinados momentos sobre la conveniencia ó superioridad de cada género teatral. Otro maestro, también italiano, en la creación de metaespacios y autodistanciamientos fue Federico Fellini. Los filmes de Fellini son trasuntos de viajes interiores que conducen inevitablemente a una apertura, a un autoconocimiento por parte de sus protagonistas. El personaje y su entorno no cambian aparentemente a lo largo de la historia, pero sí lo hace su nivel de conciencia (que se ha ampliado en la mayor parte de los filmes, menos en unos pocos, como Il Bidone ó La Dolce Vita, en que tal proceso se ha visto interrumpido). Por eso los finales constituyen la clave de la obra de Fellini. Otto e mezzo, plasmación par excellence del mundo psíquico junguiano, es quizás el ejemplo –junto con E la nave va…- que mejor ilustra el repliegue de una narración sobre sí misma. O más propiamente, en este caso, el repliegue de la narración diacrónica aparentemente independiente junto con los deseos, recuerdos, obsesiones, miedos, compulsiones creadoras y otros objetos psíquicos que rodean al protagonista Guido Anselmi. La integración benéfica de todos los elementos (“todo este caos, que soy yo y mi razón de ser”) da pie a uno de los más gloriosos finales de la historia del cine.

sábado, 5 de abril de 2008

Fluir escurridizo


El concepto bachelardiano de tiempo discontinuo como suma de instantes por oposición al bergsoniano tiempo continuo como duración pura (ó espacialización del tiempo) se ilustra muy claramente en el caso de la música. Existen determinadas músicas – o, mejor, determinados pasajes en concreto- en que el tiempo parece detenerse. Son los puntos culminantes expresivos en medio de una frase musical en que se aplican procedimientos interpretativos más ó menos indicados por el compositor que tienden a la suspensión momentánea del flujo temporal. Ritardandos, calderones, cambios de pulsación cumplen este cometido en el ámbito de la música tonal ó paratonal. Pero en ocasiones el intérprete poco maduro siente deseos de “instalarse” en un punto de la frase musical en que ésta no permite hacerlo. Automáticamente la frase se rompe y la música pierde absolutamente su interés. Pienso, por ejemplo, en Puccini. Este autor emplea frases expresivas dentro de las cuales en repetidas ocasiones es posible –e incluso casi es obligada- la suspensión del fluir musical. Pero estos puntos de detención del fluir se tienen que ver compensados por el resto de la frase, que debe de avanzar sin descanso. Lo mismo sucede, por ejemplo, con la música de Mompou ó la de Schumann. En cuanto nos quedamos prendados del encanto de un determinado pasaje y pretendemos alargar ese momento de felicidad, éste se escapa irremisible y escurridizamente de nuestras manos. Aun en el caso de músicas estáticas y circulares como las de Mompou ó Messiaen. Creo que los ejemplos más cercanos a lo que podría considerarse como música más allá del tiempo están en gran parte asociados a algunas tradiciones religiosas, como los mantras (y las músicas occidentales influenciadas por ellos, como el minimalismo). Incluso el órgano de iglesia occidental tiene algo de todo esto: es un instrumento de viento –que es capaz de generar sonidos de longitud a nuestra voluntad- pero que no respira. La respiración parece unida a un concepto más temporal. Porque quizás en Occidente todavía estemos lejanamente influenciados por Parménides.