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sábado, 23 de noviembre de 2019

Relaciones




                   Estoy acabando de leer la obra póstuma de Wittgenstein Investigaciones Filosóficas (y creo haber entendido mínimamente hasta un 15% de su contenido, ¡cosa que supera mis expectativas iniciales!). El interés de la obra reside en sus aspectos seminales respecto a toda una evolución posterior hacia una filosofía que no se basa en la asunción de realidades pre-mentales que son finalmente alcanzadas por la mente sino basada, por el contrario, en la idea de que es precisamente la mente la que crea tales realidades. Concretamente, según Wittgenstein, a través del lenguaje, que no describe así casos externos a él sino que crea los casos a través de sus infinitos juegos. Si el giro copernicano de Kant representaba un descentramiento que cambiaba el punto de vista anterior que hacía girar al sujeto alrededor del mundo hacia la situación contraria en la que el mundo gira alrededor del sujeto, el giro wittgensteiniano hace que el conocimiento del mundo sea generado por el propio sujeto. El alejamiento del positivismo lógico, al que el propio Wittgentein había contribuido muy significativamente al principio de su carrera, no puede ser mayor. Es por ello que uno de los principales mentores de Wittgenstein en Gran Bretaña, Bertrand Russell (quien contribuyó decisivamente a la incorporación del austríaco a la Universidad de Cambridge) dijo no reconocer ningún tipo de substancia en este libro. Russell pertenece a una larga estirpe de naturalistas británicos –de los cuales Stephen Hawking y Richard Dawkins son algunos de sus más recientes representantes- incapaces de concebir ningún trasunto científico fuera del positivismo, equiparando de esta manera “conocimiento positivo” (así, à la Compte) con “Ciencia Verdadera”. De acuerdo con la apreciación de este grupo, las ciencias de la naturaleza generan sus constructos de forma absolutamente objetiva, independientemente de narrativas y metaespacios. La base misma para rebatir esta afirmación es que los espacios de "ignorancia" y de "conocimiento" son metaespacios variables que se van modificando -de forma realmente cualitativa- en el tiempo. Un poco como la historia, que se está reescribiendo constantemente en función del presente, por mucho que describa hechos que se sitúan en el pasado -de forma paralela, las ciencias de la naturaleza tratan sobre hechos que se sitúan fuera de nuestra mente-. Y este reescribir -construir nuevos metaespacios- depende absolutamente de un lenguaje, que elabora sus propias narrativas. Es precisamente el lenguaje (los "juegos del lenguaje" wittgensteinianos) el que, bien lejos de describir objetivamente fundamentos últimos preestablecidos, crea las narrativas que se corresponden con nuestros constructos. Los "fundamentos" resultantes serán, por tanto, siempre, fluidos. Podemos entonces volver a formularnos la eterna pregunta: ¿es nuestro conocimiento científico acumulativo? o bien a la no menos recurrente: ¿se basa la evolución del conocimiento en conocimientos previos? La respuesta a ambas cuestiones es: sí y no. Porque cada nueva formulación de un paradigma científico, al igual que cada nueva obra artística “revolucionaria” supone un nuevo modo-de-estar-en-el-mundo.

viernes, 15 de noviembre de 2019

Crisis



               De un tiempo a esta parte los que ya llevamos determinado tiempo en este mundo podemos observar que la historia parece acelerarse y penetrar en un torbellino que puede conducir a la humanidad hacia un nuevo desastre. Cuando analizamos la naturaleza de esta dinámica rápidamente nos percatamos que se trata de un sistema complejo lleno de bucles y remolinos y resultaría de una simplicidad infantil tratar de buscar las “causas directas” de tal situación. Cualquier causa directa identificada, siendo convenientemente analizada nos generaría un bucle que, aisladamente considerado, no nos serviría para explicar la situación. Los auges de los populismos, los nacionalismos, la xenofobia, el racismo, el sexismo, las ofertas de ultra-derecha… cada cual con sus características y circunstancias locales tienen una fuente común que se puede resumir con la palabra ‘malestar’. Este malestar resulta muy difuso, a pesar de los factores objetivos con que podemos ilustrar este discurso. Es cierto que cada día crecen las desigualdades sociales, es cierto que cada día crece la violencia doméstica, es cierto que cada día crece la intolerancia, pero también es cierto que en Occidente seguimos viviendo en una situación de prosperidad (a costa de otras sociedades, bien seguro) y que poseemos una conciencia ecológica, de igualdad de género, de respeto hacia la alteridad como nunca vistas hasta ahora. ¿Cuál es entonces la causa profunda de tal malestar? ¿Hemos alcanzado un nuevo grado de conciencia que nos impide ser felices delante de tanta miseria moral? ¿Somos víctimas de inacabables deseos de posesión generados por intereses crematísticos que se extienden alrededor nuestro en forma de espiral? ¿Somos víctimas de la inestabilidad y los rápidos cambios que tienen lugar en nuestro alrededor y no somos capaces de asumir? A buen seguro que necesitamos una reflexión transdisciplinaria profunda que nos adecue mentalmente a las realidades de nuestro presente. Seguimos creyendo que “la realidad” es algo externo a nosotros y esta es precisamente la causa de que tal ‘realidad’ esté ahora estancada y a punto de explotar ante nuestras cargadas narices. La vía del conocimiento, de la reflexión, del intento de entender donde estamos, de la renovación, del auto-descubrimiento, es la única que nos puede salvar del desastre individual. El desastre colectivo es otro tema…