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martes, 31 de mayo de 2022

Pasado

 


                        Como todos los elementos que giran alrededor de ese metaconcepto nebuloso al que llamamos tiempo, el pasado, en términos personales, constituye un concepto sumamente subjetivo y evocador. El pasado puede ser un bálsamo protector, aunque a menudo ofrece una protección ficticia porque a la vez que aparentemente protege a la psique también la hace más vulnerable al presente. El pasado concebido como jardín secreto del que emana la alquimia de la eterna juventud o el pasado escapista donde refugiarse son imágenes que se podrían corresponder con esta doble acepción de que hablaba. El Romanticismo hace del pasado el paraíso perdido, el lugar mágico inalcanzable. Es decir, orilla el aspecto temporal del término mientras penetra en el terreno de la mitología. El pasado que anhela el Romanticismo, en realidad, nunca ha existido. El Clasicismo también sitúa su mundo ideal fuera del tiempo, en la zona en que campean los conceptos de la razón no sujetos a contingencias temporales. La zona donde habitan los cuerpos regulares de Platón, los conceptos a-históricamente reificados o la perspectiva isométrica. Esta zona puede o no ser accesible, pero usualmente no lo es en el pasado sino en el futuro. El mundo a-temporal se sitúa entonces como culminación futura, como perfección asintótica. Pero el pasado también -y más a menudo- hace referencia a un pasado personal concreto, que se puede evocar con nostalgia (Addio del passato!, Yesterday,) o con escarnio (Monsieur mon passé,¿voulez-vous passer?). Se trate o no de un pasado realmente vivido, la visión que tengamos de él nos condiciona el presente y, por ende, si concebimos la historia como una carambola casual, el presente nos está, a pesar nuestro, contruyendo silenciosamente el futuro.