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miércoles, 24 de febrero de 2010

Suicidas


                    Si algo queda absolutamente vivo del pensamiento de Parménides no posee los ribetes ontológicos con que se adorna usualmente la filosofía de este autor, sino más bien se refiere a la dualidad de segundo orden que podemos establecer entre el camino del desarrollo, el que conduce a alguna parte, y el de la regresión, el que no conduce a ningún lugar sino más bien a la autodestrucción (en el sentido de no-progresión más que en un sentido mítico de aniquilación). El acto regresivo más radical que se puede dar, el suicidio, es directamente autodestructivo y sigue constituyendo un motivo de rechazo por parte de la sociedad, especialmente por sus estratos más evolucionados. Los estratos que viven en épocas míticas, sin embargo, llegan a apoyar tal proceder e incluso incitan a sus hijos a realizarlo en pos de un mundo mejor. Pienso en los fanatismos religiosos de todo tipo, desde las madres de los yihaddistas suicidas hasta la madre de Ramón Mercader, el asesino de Trotsky, instando a su hijo a que realizara tal acción, aun a riesgo de perder su vida. El problema mayor de las regresiones es su elevado poder infectivo-expansivo. Las promesas que ofrecen de entrada los procesos regresivos parecen lo suficientemente atractivas como para dejarse seducir fácilmente por ellas. Si tales promesas van además dirigidas hacia un fin supuestamente liberador ó trascendente, como en los casos mencionados, es cuando más peligrosas se hacen las regresiones.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Efemérides


Las efemérides, los obituarios y el parte meteorológico –temas ya discutidos aquí en alguna ocasión- constituyen en la actualidad una parte importante de las noticias del día. Hoy se celebra el 410 aniversario del (asesinato/ejecución/ajusticiamiento, el verbo elegido denota finalmente el punto de vista de cada uno) de Giordano Bruno. Bruno fue un sabio que propugnó la teoría copernicana yendo aún más allá, ya que consideraba el universo como infinito, la tierra acéntrica dentro de tal universo (dos afirmaciones que ahora me parecen bastante inconmensurables, en el sentido kuhniano del término) y el sol como una estrella más de entre todas las que se observan, amén de realizar numerosos estudios matemáticos, espaciales y de lenguaje. Bruno también sostuvo puntos de vista personales sobre temas religiosos que le llevaron a ser excomulgado primero por los luteranos y posteriormente a ser juzgado y condenado a muerte por la Inquisición. Ante los hechos que hoy se conmemoran solemos adoptar el punto de vista fácil que considera la evolución del conocimiento y nos hacemos cruces de cómo aquellos sátrapas podían eliminar de forma tan radical a un gran intelectual, que si estaba adelantado a su tiempo, que si la religión es el polo opuesto de la ciencia, etc. etc. Yo lo veo de otro modo mucho más crudo: la historia de la intolerancia, del poder y la conveniencia. Y todo eso sigue ahí, evidentemente con ropajes nuevos (la quema de herejes resultaría hoy políticamente incorrecta). Parecería que actualmente se puede opinar cualquier cosa y todo cabe en nuestra chillona pluralidad; que hoy día nadie se asusta de nada. Mentira. Lo que sucede es que la ideología dominante se ha hecho tan liviana que ha llegado a transparentar, y las discrepancias se toleran si no tocan lo fundamental: el frenesí del consumo. Pero tampoco hay que confundirse: las hogueras ejemplares han cedido, pero las misteriosas desapariciones y los asesinos a sueldo siguen ahí.

jueves, 11 de febrero de 2010

Indigo children

Leo en algún lugar un escrito sobre un tema que hace años que coletea y creo que constituye un ejemplo bastante claro de la falacia pre-trans que suele acompañar a muchas de las manifestaciones de los movimientos New age. Se trata del fenómeno de los niños índigo. Estos niños encarnan supuestamente una nueva etapa evolutiva en la historia del desarrollo de la conciencia. Es por ello que no encajan en absoluto en su entorno, poseen un comportamiento autista –ya que supuestamente se comunican transverbalmente- y no creen en la autoridad de padres y educadores. Por mi parte estoy convencido de que la humanidad está sufriendo –como todo el universo, por su parte- un desarrollo desde el origen y que además dicho desarrollo se puede objetivizar como discontinuo y proceder de tal modo por saltos cuánticos. No tengo demasiados problemas para admitir que algunos de los niños de hoy puedan llegar a alcanzar un elevado grado de evolución de conciencia en el futuro. Lo que sí me resulta más sospechoso es que dichos niños nazcan ya con una parte siquiera de dicha evolución ya desarrollada. Porque el desarrollo infantil parte del punto cero de conciencia, del punto en que se hallaban nuestros más primitivos ancestros (Piaget y la mayor parte de la psicología al uso dixerunt). Conforme la historia se desarrolla y diferencia, el camino a seguir desde el nacimiento hasta la madurez también se agranda y, evidentemente, aunque un humano y un chimpancé partan de un punto similar, podemos reconocer fácilmente que, en el primer caso, la esperanza de desarrollo es muy superior que en el segundo por un puro problema genético. Volviendo al tema inicial, gran parte de las supuestas cualidades transconvencionales de los niños índigo mucho me temo que derivan de una mala interpretación por parte de los adultos. Lo que para mí no hace sino reflejar la decadencia de un período (y esto, visto desde una perspectiva lo suficientemente lejana, es bueno, ya que permite el nacimiento de uno nuevo) se toma como prueba fehaciente de progreso. Los padres de los supuestos niños índigo prefieren pensar que su hijo es diferente a que esté expresando el malestar de una época: una nueva forma de manifestación de narcisismo. Conviene distinguir entre la rebeldía permanente del monje zen y la rebeldía del revolucionario, que normalmente se acaba en seco el día que consigue hacerse con el poder.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Flujo


Cualquier buen actor, músico, deportista, locutor, bailarín, profesor ó piloto aéreo sabe perfectamente que durante el ejercicio de su profesión (durante su performance, diríamos) no puede –no debe- establecer una metaposición que lo lleve a observarse a sí mismo de forma objetiva ó externa, so pena de una interrupción en el flujo de la acción con el consecuente “accidente” ulterior. Solamente cuando uno se implica en primera persona es cuando el resultado que se obtiene (visto desde tercera persona) tiene un valor subjetivo real. Me gustaría reflexionar sobre la posibilidad de que el panorama descrito no solamente tuviera su aplicación en las tareas performativas enumeradas anteriormente sino que se extendiera también hasta otros ámbitos del quehacer humano. Creo que se trata de una cuestión de suma importancia en lo que se refiere al estudio de la consciencia. Lo primero que se me ocurre es que algunas de las tareas descritas al principio (actor, deportista, profesor) forman en realidad parte del quehacer diario de cualquier persona independientemente de su oficio ó profesión. La mente, nos lo enseñan las sabidurías y disciplinas orientales, juega muy malas pasadas y tiene una innegable tendencia a proyectarse fuera del aquí y ahora que resultan cruciales en los asuntos que expongo (y en la inmensa mayoría de los que les son subsidiarios). Es interesante observar que las tareas enumeradas al principio tienen en común el empleo de una forma ú otra de la psicomotricidad. Las tareas puramente intelectuales ó puramente mecánicas (de éstas últimas existen muy pocas que los humanos puedan practicar, salvo las resultantes de las afecciones neurológicas de mayor ó menor gravedad) no requieren de tales prevenciones. Otros factores que influyen en estas tareas son la presencia de un público potencial ó de una necesaria demarcación temporal. Si la acción en cuestión no precisa de una determinada cadencia ó ritmo muy concretos se ve aparentemente menos afectada por la aparición de metaespacios mentales, a no ser que nos sintamos observados, en cuyo caso puede darse de nuevo la tentación de interrumpir el flujo natural con la consiguiente impresión de falsedad que se imprime inconscientemente en nuestra pequeña performance. Hablamos en ocasiones de la “gente que se escucha a sí misma” como un símil para personas con un distinguido sentido del ego ó que pierden su discurso en pos de una exhibición. ¿Qué decir entonces de una actividad como la meditación? La meditación no posee en principio una componente psicomotriz pero sí se ve afectada por la aparición de (meta)espacios mentales, que inhiben al punto la presencia de posibles espacios transmentales. Ahora bien, la meditación es más bien una actividad trans-mental (sin componentes intelectual ni mecánica) que también requiere un flujo, no asociado éste a la tarea performativa (a diferencia de las actividades psicomotrices) sino más bien a la superación de direcciones mentales. Durante la meditación el meditador pretende diluir su propia yoidad para aparecer como un proceso que es parte y a la vez constituye un todo con el mundo. Esta ‘desobjetualización’ de sí mismo nada tiene que ver con la subjetividad de los románticos; más bien estaría emparentada con el ‘flujo’ asociado con las actividades performativas a las que aludía al principio.