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sábado, 26 de diciembre de 2009

Mezcolanza


En estos días navideños siempre parece ponerse más en evidencia la mezcolanza de elementos míticos mal sedimentados, la fijación al tópico más casposo y el sentido comercial salvaje que constituyen nuestros polos estéticos, mentales y morales. Mezcolanza extrañamente inestable y explosiva, además, por reunir de forma íntima elementos regresivos y escapistas. Todo sustentado en un falso sentimentalismo de grandes almacenes. Perdón: sé que me repito demasiado... Bon voyage!

sábado, 19 de diciembre de 2009

Valoración

Cuando un individuo ó una sociedad miran hacia su pasado y creen verlo de color de rosa en relación a su presente está jugando una parte importante en la apreciación el olvido selectivo, el escapismo regresivo y aspectos mentales-culturales todavía más inconscientes, como la mitología occidental del paraíso perdido. Si subimos un nivel el grado de consciencia de la apreciación y constatamos, pruebas en mano, que quizá no estemos siendo justos y que infraestimamos tanto los aspectos negativos del pasado como los positivos del presente, aún así se nos presenta una diferencia: en el pasado no valorábamos tanto las situaciones; las vivíamos sin tanta prosa y punto. El hecho de efectuar de forma creciente tal valoración puede estar unido a la edad, tanto personal como social. Con la edad hay más historia y menos horizonte. Dicho de otro modo; en el pasado, aun viviendo situaciones difíciles, se tenía menos necesidad de psicofármacos –de hecho, no hubo demasiada necesidad de inventarlos hasta pasada la II Guerra Mundial-. Evidentemente no juzgo los tiempos sino que –como buen INTP- intento percibir, desentrañar, encuadrar (que son parte de mi forma de entenderlos). Muy probablemente la vida muelle y narcisista que envuelve a buena parte de nuestra sociedad es la responsable nuestra bajísima tolerancia a la frustración.

martes, 15 de diciembre de 2009

Der Fall Hindemith


Escucho por la radio que la obra de Paul Hindemith influenció poco en el mundo de la creación musical después de la II Guerra Mundial y que solamente con el advenimiento de la postmodernidad (¡otra vez el dichoso término!), con su recuperación de la posibilidad de los lenguajes tonales, hizo justicia al maestro de Frankfurt. Esta afirmación puede llevar al engaño. Por un lado, la vanguardia europea aparecida alrededor de la mitad de siglo prescindió de (casi) todo lo anterior. No solamente de Hindemith; también buena parte de Stravinsky, los Six, Berg, e incluso Schönberg fueron puestos en la picota. Y también una parte de la obra de Messiaen, que en ciertos aspectos actuó como catalizador (ó más bien, padrino) de esa generación. Pierre Boulez, el alumno avanzado de esa vanguardia, formó parte del grupo de espectadores que pateó el estreno parisino de la stravinskiana Symphony in Three Movements a finales de los cuarenta (aunque hace unos años la grabó para DGG, la edad siempre abre la mente); escribió un famoso, ácido y polémico obituario para el jefe de fila de la Escuela de Viena (Schönberg est mort) e incluso se permitió afirmar abiertamente que aborrecía las obras de su querido maestro Messiaen que empleaban las ondas Martenot en su orquestación. El desprecio para con la obra de la generación anterior es un hecho más que común a lo largo de la historia. En ocasiones unido a una valoración positiva hacia la obra de la generación anterior, la que despreciaron los inmediatos antecesores (esta situación, por otra parte, evoca fuertemente la actitud común que se da entre padres, hijos y nietos). Lo que resulta más infrecuente es que la generación de la vanguardia se sitúa, precisamente, en el límite de un período (la Modernidad) y que lo que venga después no siga construyendo de forma dialéctica sino que admita que el fin de la evolución de los lenguajes ya ha tenido lugar, que todo ya está construido y todo puede convivir ahistóricamente in secula seculorum. Muchos de los propagandistas de la postmodernidad musical apuntalan su buena nueva denostando a la vanguardia de los 50’ y olvidando que esa generación actuó, como las anteriores, si bien de manera más radical, de forma histórica. Volviendo al caso Hindemith (Der Fall Hindemith, éste fue precisamente el título de un escrito que el Kapellmeister Furtwängler publicó en los diarios de la época para defender al compositor frente a los ataques de las autoridades nazis), podemos asegurar que empleó en su música un lenguaje propio de su época, ayudando además con ella a configurarla. Tras unos comienzos primero academizantes y después, ya en los años veinte, bastante radicales, Hindemith encontró su lenguaje y su filón creativo durante los 30’-40’ para después, ciertamente, caer en un estilo caligráfico en donde se pierde, en general, el vigor anterior. Así como los compositores a los que hacía referencia en un post reciente y que empleaban ya entrado el S XX un lenguaje más propio del XIX sí que han necesitado una interrupción del fluir histórico como la postmodernidad para ser recuperados, a Hindemith no le hacía falta tal circunstancia. Gran parte de la música representativa de la primera mitad del S XX se escribió con un lenguaje para-tonal.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Siglas














Una indicación callejera con su correspondiente flecha me indica la dirección del IMPO y del CPO. En el trabajo me inundan de mails con la cabecera fyi y las apostillas tbd, afak y otras lindezas. Cuando navego por la red los aka y lol son cada vez más frecuentes... Las siglas no son otra cosa que códigos pero un mundo de siglas es mucho menos que un mundo de códigos. Acaba siendo un mundo monocodificado ó, lo que es lo mismo, un mundo plano. Globalización implica mezcla de lenguajes pero no reducción de conceptos y matices. No estoy en contra de la creación y empleo de barbarismos mientras conduzcan a conceptos nuevos. Lo que me sí me parece más pernicioso es el empleo indiscriminado de false friends ó palabras similares con significados diferentes según la lengua. El idioma castellano está repleto de false friends ingleses (asimismo sucede a la inversa) que en ocasiones tienen una relación de significado casi opuesto. Todo el mundo da por sentado que actually no significa lo mismo que actualmente y sin embargo, el uso de evidencia (“obviousness”) por evidence (“prueba”) o de crime (delito) por crimen es cada vez más generalizado. Los lugares comunes tomados como piezas sobre las que construir la historia no funcionan, por mucho que el capitalismo postindustrial insista en ello.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Instintos


Dentro del proceso desestructurativo que sufre la civilización (¿occidental?) en la actualidad, un hecho llama fuertemente la atención, especialmente a los que por edad han vivido aparentemente la situación opuesta. Se trata de la obsesión por la sexualidad. La sola mención de esta palabra, hace cincuenta años, era considerada ofensiva para muchos (y no sólo en lugares mojigatos como la España de la época). Hoy en día la extensa profusión del tema ha llegado a restarle, si más no, fuerza social. Evidentemente que la revolución sexual de los 60’ tuvo una importante influencia en la demolición del tabú. Pero el tabú no sólo se ha demolido, sino que sus residuos –y he aquí lo trágico- se han vulgarizado. No estoy hablando de relatividad moral ni cosas por el estilo. Simplemente intento relacionar el proceso deconstructivo actual con la citada obsesión. Algunos alegarán que esta obsesión siempre ha existido y que en ciertos momentos históricos se hallaba fuertemente reprimida. No voy a negar del todo esta percepción, pero puedo recordar que todos los momentos históricos han tenido sus mecanismos de compensación de las represiones, desde las bacanales romanas hasta las consultas de las damas de la alta burguesía de la Viena finisecular al Dr Freud. Otros hablarán de liberación de los instintos con objeto de compensar la creciente racionalidad, que además se tiende a utilizar como agente opresor. Eso creo que empieza a tener más sentido. Sin embargo, no debemos adscribir la sexualidad solamente al nivel instintivo, ó incluso primitivo. Se trata más bien de un fenómeno esencial que puede teñirse de muchos colores ó estratos de desarrollo. La sexualidad es una fuerza de la naturaleza que existe en el reino animal (e incluso en el vegetal) y que impele a una serie de eventos. Pero si sobrepasamos los estratos más primitivos (que no solamente incluyen la fecundación y reproducción sino también la organización familiar y tribal; y que conste que también me refiero a los animales inferiores) podemos acceder a estructuras situadas en otro nivel de desarrollo. La sexualidad responde también a un fuerte deseo creativo en cualquier ámbito; basta observar las formas genitales que aparecen en los cuadros de numerosos artistas (Miró) ó los cuadernos de dibujo que Fellini garabateaba durante la elaboración de un nuevo film. Leo en un portal de noticias que los varones humanos se fijan especialmente en las nalgas y los pechos femeninos debido a un tema de puro instinto reproductivo, y que los humanos son una especie animal más. Todo ello es evidente, pero difícilmente nadie negará que los humanos constituyen la especie animal más desarrollada del planeta y que, consecuentemente, además de los instintos, responden a drivers de naturaleza más desarrollada. Todas las religiones (desde el pudibundo judeocristianismo hasta el desinhibido hinduismo) han reconocido la relación entre la sexualidad y el misticismo. Detrás de lo que se ha llamado la petite morte se esconden los primeros atisbos de la superación del ego, la muerte del yo. Una vez más pretendo ilustrar cómo los más diversos ítems no están enclaustrados en conceptos dualistas sino por nuestra mente. El encorsetamiento desaparece con sólo invocar a una espiral de desarrollo, a un despliegue evolutivo.