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martes, 30 de octubre de 2012

Archienemigos


                        Con la desaparición de Hans Werner Henze se ve de nuevo reducido el grupo de compositores europeos que, aparecidos tras la II Guerra Mundial, todavía representaron lo que en otras épocas se llamaban las vanguardias. Y el caso de Henze fue todavía más especial, por el triple rechazo a que se vió sometido: como homosexual por buena parte de la sociedad; como comunista por buena parte del status político (ambos hechos lo decidieron a cambiar Alemania por Italia en 1953); y como practicante de un amplio espectro de posibilidades compositivas, por la plana mayor de las propias vanguardias (hecho que lo movió a alejarse de Darmstadt y su célebre curso veraniego). Recuerdo que hace unos pocos años (surrealista entorno el nuestro) coincidieron en mi ciudad (por otra parte, un páramo cultural) durante un fin de semana los otrora archienemigos, entonces ya avejentados, Pierre Boulez (que dirigió sus “Sur Incises” al Ensemble Intercontemporain) y Hans Werner Henze (que asistió a unas representaciones de su ópera Boulevard Solitude). Con la irrupción de la concienciación de decrepitud de la Modernidad que se llamó post-modernidad, en la segunda mitad de los sesenta y, sobre todo, a partir de los setenta, las vanguardias se empezaron a suavizar y a hacer concesiones. Entre los compositores, escribir música no serial (que era lo que Henze había dejado de hacer de forma exclusiva diez años antes) pasó a ser pecado venial y después a caer en la descripción de “actuar de forma histórica”. Es la época en que Stockhausen da rienda suelta a su espiritualidad oriental (Stimmung, 1968), Berio empasta citas históricas (Sinfonia, 1968) y Boulez deja de temer cualquier sospecha de aproximación a la escritura “no-tonal-ni-atonal” (Rituel, 1974). Henze sobresalió por encima de sus compañeros de generación en su música para el teatro y el cine. Algunas de sus óperas han quedado en el repertorio, cosa que pocos compositores de la segunda mitad del XX pueden decir.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Sanadores



A lo largo de mi vida me he relacionado con numerosos practicantes de la medicina New Age: sanadores, naturópatas, homeópatas, cosas más folklóricas…Una gran mayoría de ellos están en posesión de la verdad absoluta y son adeptos de una religión que combina sin pudor irracionalidad con avidez monetaria. Debo advertir (¡o quizás no haga ya falta a estas alturas!) que siempre he estado muy interesado en las vías alternativas, en la heterodoxia y en las visiones amplias que tengan suficiente enjundia como para ir más allá de la en ocasiones miope y acomodaticia ortodoxia. Pero pretender que esta operación se pueda hacer sin esfuerzo y a gusto del sacerdote-sanador, eso todavía es peor que la miopía y la mediocridad. Un elevado porcentaje de los sanadores New Age otorga al paciente la culpabilidad de su dolencia. Si uno sufre de la vista es que tiene un corazón tan duro que no quiere ver el mundo; si uno sufre de la piel es que tiene una rabia contenida y una visión negativa que le impide la sanación; si uno tiene cáncer es porque no ama lo suficiente….No es difícil ver una relación con los procesos de caza de brujas que organizaban las fuerzas vivas en el S XVI. Cuando los miembros de estas sectas pretenden explicar sus a menudo gratuitas apreciaciones en términos científicos –rationale incluído- es precisamente cuando aparecen como más patéticos (en numerosas ocasiones apelan a la mecánica cuántica, algo sobre lo que no tienen la más remota idea). No tengo ningún prejuicio que me impida creer que existen aproximaciones al mundo de la sanación diferentes de las occidentales, heterodoxas ó incluso increíbles. Lo que a estas alturas ya no creo en absoluto es que tales aproximaciones nazcan en una zona prerracional y a gusto personal del que las inventa o adapta a su –normalmente perturbada- personalidad. Muchos de estos charlatanes acaban confesando que ellos mismos han estado enfermos porque alguien –o sea, ellos mismos- les ha hecho mucho daño emocional. Por eso han acabado tan resentidos e invariablemente amenazan a sus atemorizados pacientes que si no siguen sus instrucciones al pie de la letra irán de mal en peor (extra ecclesiam nulla salus). Después indican el precio de la consulta rápidamente y en voz baja, quitando hierro al asunto, que suele consistir en una importante suma de dinero (negro). Por eso alguien (¿Woody Allen?) dijo que cuando alguien te habla de forma exclusiva de Dios o de salud ya puedes preparar el bolsillo.

jueves, 18 de octubre de 2012

Sonodinámica


                        En el ámbito musical el término dinámica se utiliza casi siempre para hacer referencia al volumen del sonido y sus gradaciones. En ocasiones también a la naturaleza de los ataques de cada nota aislada. Pero sólo raramente se ha utilizado, paralelamente a su concepto homónimo en mecánica, para describir las relaciones entre velocidad de sucesión de sonidos ó tempo (lo que sería en mecánica la cinemática) y las fuerzas implicadas (entendiendo por ello su volumen, su peso, su densidad, su viscosidad…). Las propiedades mecánicas de fluidos que acabo de enumerar se adaptan muy bien a la música, que también puede considerse un fluido (con sus leyes de Newton, Bernouilli y Ohm particulares). En un fraseo musical habitual, el volumen suave está así relacionado con una velocidad mayor (dinámica leggiero) que el volumen más prominente (dinámica pesante) -aunque los intérpretes principiantes suelen caer en el error de  acelerar el tempo cuando la indicación dinámica pasa de piano a forte-. Esta sería una forma de enunciar el principio de conservación de la energía del flujo musical (el teorema de Bernouilli musical). El peso musical no es exactamente lo mismo que su nivel auditivo o volumen. Un coro de cien personas cantando en pianissimo emite un sonido con más peso que una soprano cantando en fortissimo, a pesar de que el sonido que emite ésta última registra un mayor número de decibelios. La densidad musical se puede intuir a partir de los conceptos de claridad y espesor. Sería un poco una medida del número de eventos por unidad de tiempo, entendiendo que aquí también deberían de considerarse, además del número de voces, los diferentes timbres empleados y sus correspondientes volúmenes. Las dinámicas leggiero admiten más eventos sin afectar tanto a su densidad. Las dinámicas pesante llegan antes a la saturación. La viscosidad musical ya incorporaría, además del volumen, peso y densidad (tempo, dinámica, timbre y contrapunto) otro elemento: la armonía. El comienzo del preludio de Tristán e Isolda, por poco denso que sea, es también muy espeso (poco viscoso), porque su avance armónico es totalmente incierto. La música barroca es poco viscosa porque su avance es rítmico y no armónico, está impulsada desde atrás y no buscando una meta, un poco como un mecanismo de relojería que avanza implacable hasta que se le acaba la cuerda. En medio de estos extremos, el clasicismo supone un equilibrio de todos los parámetros anteriores. En nuestros días es posible hallar todo tipo de combinaciones, desde altas densidades poco viscosas hasta pesos ligeros muy viscosos. ¡Otro día tengo que desarrollar mejor todos estos conceptos!

miércoles, 10 de octubre de 2012

Casos y cosas


                        Leo en el libro de lengua de mi hija que un idioma escrito está formado por letras, que se agrupan en sílabas, que a su vez se agrupan en palabras, que a su vez se agrupan en frases, que a su vez se agrupan para formar unidades mayores. En pocos días he presenciado en el metro dos ejemplos similares: ayer un músico japonés que suele tocar maravillosamente bien música japonesa con el kokiyu o el ryūteki demostrando mientras tocaba los temas de la obertura de Carmen poquísima pericia para distinguir entre intervalos de tono y semitono, y hoy un acordeonista (malo) del este europeo tocando La Cumparsita, que adornaba con escalas orientalizantes (resultando un mestizaje parecido a la mezcla de caldo de pollo y chocolate). ¿Qué tienen que ver entre sí ambos ejemplos? Ambos están relacionados con la instalación de la post-modernidad en nuestra cotidianeidad. La clasificación en órdenes jerárquicos que se da en el primer ejemplo fue  fruto del estructuralismo, que intentaba definir relaciones orgánicas -obvias y ocultas- entre los diferentes estratos y niveles semánticos. Una vez completada tal obra, el postestructuralismo –pronto llamado postmodernidad- se encargó de diseminar las diferentes posiciones jerárquicas hasta confundirlas, haciendo de las letras (de la sopa) la unidad básica prístina e indivisible ab origine a partir de la cual todas nuestras realidades se construyen, de igual modo que cualquier archivo digital se compone de bits. Los músicos del metro (tanto el bueno como el malo) construían, pero con una mezcla inviable de ladrillos diferentes. Una cosa es el mestizaje, difícil y encomiable tarea, que investiga, descubre, crea y asimila, y otra muy diferente es el collage de supuestas unidades básicas desprovistas de significado unitario. La invención de las letras no precedió a la de los conceptos o las palabras. Voilà!

lunes, 1 de octubre de 2012

Drivers


                        Buena parte de las fuentes de problemas son de orden mental. Cuando resolvemos mentalmente, aceptamos mentalmente, nos relajamos mentalmente, nos integramos mentalmente,…. ya tenemos la mayor parte del trabajo hecho, puesto que solamente debemos esperar que el mecanismo correspondiente complete la acción, guiada ahora por un poderoso e invisible driver. Si solamente consideramos el mundo extramental nos quedamos con una imagen fragmentada, esencialmente incompleta y falta de alma propia. Hace poco vi una especie de documental en el que se hablaba sobre el mundo de aquí a cincuenta años. A pesar de que parecía hecho de forma seria, en los fragmentos en los que se dramatizaban aspectos de la vida del futuro los personajes pensaban, hablaban y sentían como nuestros contemporáneos. Un poco como en los peplums de Cecil B. de Mille, en los que se presentaban supuestos personajes del año 5 que pensaban, hablaban, sentían (¡e incluso se peinaban!) como el público de 1950. Si los humanos de 2060 han avanzado tecnológicamente al nivel de las películas futuristas de serie B pero siguen aferrados cazurramente al pensamiento mítico su fin por autoaniquilación estará cercano por inviabilidad de base. Por esa misma razón el driver de los nuevos paradigmas que son los que a la postre llevan a la tecnología del futuro son básicamente mentales.