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viernes, 30 de mayo de 2014

Desidentificaciones



                    Tenemos una tendencia bastante generalizada a definirnos a través de nuestras desidentificaciones más que a través de nuestros gustos. La autodelimitación que marcamos así de nuestro yo quizás sea parecida a la que trazaríamos describiendo nuestras identificaciones pero la energía que consteliza esta frontera es diferente. Cuando hablamos de nuestro terreno conocido o amical lo hacemos con mucho gusto, como quien presenta a un miembro distinguido de su familia a unos amigos. Cuando, por el contrario, negamos cualquier relación con lo que nos es desconocido, añadimos una especie de gusto por el disgusto, subrayando así nuestra desidentificación. Y ello constituye todo un programa de vida. Si habláramos de lo que nos es ajeno o desconocido en términos de misterio, expectación o proyecto de futuro dejaríamos una puerta abierta al crecimiento, a la ampliación de límites. Cuando alguien dice “yo no como tal alimento porque en mi casa nunca se había comido” no se da cuenta de que muchos antepasados suyos rompieron esa regla, so pena de haberlo condenado a una alimentación muy limitada. En muchas ocasiones este tipo de frase se enuncia en plural (“nosotros nunca ….”), buscando en el corporativismo una especie de mítica protección del clan o la tribu. En nombre del crecimiento interior, la identificación oceánica y la ecología de las ideas es mejor definirse dejando abiertos nuestros límites (que son y siempre serán relativos, y de nosotros mismos dependerá su situación). De otra forma, corresmos el riesgo de atrofiarnos.

viernes, 23 de mayo de 2014

Elecciones



                  La ahora ya pasada campaña electoral para las elecciones europeas ha puesto de manifiesto una vez más lo que todos ya sabemos: el agotamiento de una forma de pensar y hacer. Todos los candidatos locales han mostrado una limitaciones importantes en su discurso, que se ha convertido en un mensaje para niños de ocho años. Ya sé que ahora la mayor parte de las manifestaciones culturales, sociales y políticas se programan pensando en audiencias de tal nivel de desarrollo, pero lo preocupante es que cada vez se hace con más impunidad. Un programa político, en una democracia, no puede estar resumido en un bonito slogan, una idea inciertamente mítica o una receta de magia populista. Durante las dos últimas décadas los correspondientes gobiernos españoles han estado más preocupados por la imagen, por las apariencias sobre su cortijil estado, que sobre su coherencia interna. Así, las preocupaciones sobre la educación en las altas esferas del poder público se han centrado en los resultados de los informes PISA y similares. Las preocupaciones sobre el nivel de desarrollo general de la población, hecho básico para el funcionamiento orgánico y sostenido de una sociedad, han parecido ir, tristemente, en sentido contrario: cuanto menos desarrollo, criterio y madurez presenten el grueso de las poblaciones más manipulables resultarán y, por ende, más perpetuación del miserable cortijo que hace ya muchos años creíamos liquidado. Yo soy el primero en sostener que los políticos no son más que una muestra de la sociedad en que están inseridos, pero en ocasiones me pregunto por el sesgo que representan. Cuando la sociedad pierde los drivers que mantienen negativamente acoplados sus bucles y, de esta manera, la estabilizan, los individuos que surgen en los cargos de mayor responsabilidad pública y privada se nos aparecen demasiado a menudo como los menos preparados, los más chaqueteros, los que presentan menos escrúpulos, los más manipulables, los más corrompibles, los más trepadores. En este punto deberíamos revisitar todos los conceptos y clasificaciones que usamos en estas lides, empezando por las autodefiniciones que en forma de narrativa esgrimen los partidos sobre los conceptos de derechas e izquierdas. En la mente de muchos estas clasificaciones siguen siendo las que utilizaba el siglo XIX. ¿Cuál es, hoy en día, las verdaderas señas de identidad de “la derecha” y “la izquierda”? No pueden ser ya las de la modernidad ni las de la sociedad industrial. Todo eso, queramos o no, ya pertenece a otra época. En lo tocante a los temas de justicia social, hemos llegado tristemente a la tesis que Berlanga propugna en Plácido: ‘los ricos son unos cabrones, y los pobres, también’. Desde mi humilde punto de vista hoy en día lo que la izquierda debe de propugnar, pero en serio, es la idea de una renovación de pensamiento y acción basados en la nueva era: la ecosostenibilidad en todos sus aspectos: económico, social, natural. El burdo mensaje verde que los partidos de izquierda llevan hoy día asociado es útil para una charla de sobremesa de amigos exhippies pero a todas luces insuficiente como programa político. Mientras tanto las derechas aprovechan esta falta de definición real para perpetuar la agonía de nuestro agotado sistema socio-económico.

miércoles, 14 de mayo de 2014

Desorden




                        Una parte de lo que conocemos como la experiencia se basa en hechos que nos han sucedido –individual y colectivamente- y que podemos guardar, de forma cualitativa, en la memoria, o de los cuales podemos extraer una ley, un patrón de repetición, y abstraer así una fórmula que nos indique cómo avanzar por el siguiente tramo del camino. Una diferencia importante entre ambos modus operandi estriba en que el primero de ellos mantiene vivos los hechos que consteliza y que inspira, mientras que el segundo cae fácilmente presa del cliché (nuestra habitual pereza mental tiene una parte importante de la culpa) y se transforma en un fantasma que se aleja rápidamente de la realidad a no ser que lo revisemos continuamente. El segundo modus operandi, no hace falta decirlo, es el de la “racionalidad irracional”. De acuerdo con el modelogebseriano de evolución cognitiva, las estructuras de conocimiento atraviesan por varias fases desde que aparecen hasta que son integradas y se hacen “transparentes”. La última fase es la que Gebser llama “defectiva” y en ella la estructura, en vez de abrirse camino hacia la nueva perspectiva que codifica, lo bloquea, dificultando el paso a la nueva estructura que sigue en la evolución. La “racionalidad irracional” corresponde claramente a este tipo de período defectivo. Nuestro presente entorno se ha hecho extremadamente agobiante ya que miremos donde miremos nos encontramos cajas, dualismos y etiquetas. Este orden forzado nos está llevando únicamente a la atrofia. Como en los procesos físicos (el nacimiento de una estrella) y biológicos (la aparición de hipercicloscatalíticos y, subsecuentemente, de vida en un planeta) el orden que dirige la evolución exige una cuota importante de desorden para aparecer. El orden forzado es estéril. Nuestras presuntas consignas-para-vivir-bien-felices-y-de-acuerdo-con-las-verdades-de-la-ciencia no pueden llevar a ningún sitio porque ya nacen muertas.

domingo, 4 de mayo de 2014

Zoomorfismo




                        Stravinsky nos explica como en una ocasión, en un salón parisino en las primeras décadas del S XX, la distinguida anfitriona se empeñó en jugar al juego de las asociaciones entre personas y animales. Ella misma propuso los primeros ejemplos: Stravinsky/zorro; Diaghilew/erizo. Cuando la dama preguntó a Nijinsky sobre su zoófila correspondencia, el bailarín, sin pensárselo dos veces y para horror de la concurrencia, soltó: -Vous, Madame? Chameau! (la señora en cuestión exhibía una pequeña joroba). De vez en cuando todos hemos asociado, consciente o inconscientemente, una persona con determinado animal. Y esta asociación funciona desde un punto de vista intuitivo, analítico o puramente simpático. Existen personas que cuando caminan se asemejan a un pajarillo, una ardilla o un elefante, otras cuyas caras nos recuerdan las de un felino, una ave depredadora o un tierno osito. Por un lado la asociación resulta en un condicionante que modula nuestra interacción con aquella persona. Por otro lado parece que en numerosas ocasiones se da la correspondencia entre alguna cualidad atribuída al animal y la personalidad del humano. Nuestra navegación habitual utiliza un instrumento, que en muchas ocasiones se equivoca, que emplea de forma intuitiva este tipo de asociación. Creemos conocer a alguien a quien vemos por vez primera simplemente observando su fisonomía, su complexión y su estilo de vestido y calzado. Incluso se puede desarrollar en nosotros una simpatía o antipatía instantáneas hacia tal personaje, que reflejan mayoritariamente nuestra posible compatibilidad o incompatibilidad de carácter tal como lo percibimos de forma gestáltica. Si tenemos ocasión de conocer más a fondo a  aquella persona entramos en contacto con zonas menos evidentes de su personalidad, y la simpatía/rechazo iniciales quedan modulados mientras observamos más de cerca la siempre compleja personalidad humana. El choque/simpatía iniciales, por eso, siempre están presentes y nos recuerdan nuestra impronta y nuestras apreciaciones que han quedado subsumidas por un proceso evolutivo ulterior.