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viernes, 12 de junio de 2009

Y más de lo mismo...


Incumpliendo mi promesa, vuelvo a debatir el tema de la postmodernidad...
Concibo los más variados aspectos de la actividad humana (desde los cognitivos hasta los morales) enmarcados en un modelo -o, mejor, diversos modelos- de despliegue evolutivo. Y este despliegue no tiene lugar de manera continua y lineal, sino que existen zonas espaciotemporales con mayor actividad diferenciativa. Muchos de los cambios, además, no se producen de forma continua, sino que avanzan por saltos cuánticos. Y en numerosas ocasiones, encima, la naturaleza del cambio es absolutamente cualitativa, como si un nuevo espacio se abriera a nuestra mente. No porque descubramos una parte del espacio vacía sino porque un nuevo espacio nace ante nosotros –o más bien, diría, se nos hace disponible-. La inevitable expansión que conlleva todo desarrollo puso en contacto entre ellas –al principio de la Modernidad- a civilizaciones distantes. Pero el grado de desarrollo moral y social de aquel entonces no dudó por un momento en clasificar las civilizaciones ajenas –sus modos, sus logros- como inferiores y, por tanto, susceptibles de ser sometidas al dominio del colonizador (y constituir ello incluso un hecho deseable). El final de la Modernidad se encargó de poner las cosas en su sitio y entonar un mea culpa tras reconocer la pluralidad de desarrollos y percibir la historia como vandalismo sin más ejercido por parte del poderoso. Sin embargo, como mecanismo compensatorio pendular, se consideró a partir de entonces que la pluralidad equivalía a la indiferenciación evolutiva. La postmodernidad, consecuentemente, ha confundido pluralidad de desarrollos con igualdad de estados evolutivos. Los fenómenos derivados de tal mentalidad son de sobras conocidos. Como cada civilización y cada momento de ella tiene sus propias reglas morales deducimos alegremente que todas las reglas morales son iguales y todavía más alegremente concluimos que las reglas morales, por no ser universales, no son importantes. Entonces es cuando sobrevienen los escándalos de la corrupción política (no en Zimbabwe, no, en la UE), el “capitalismo de amiguetes”, la sobrevaloración desmesurada de los estadios tiernos de desarrollo y otros fenómenos propios de nuestro tiempo. El reconocimiento de la pluralidad y el ejercicio del respeto con la consiguiente proclama de justicia e igualdad son grandes logros; la constatación del agotamiento del espacio también lo es; el aferramiento a ese espacio agotado percibido como todo el espacio y único posible no es más que una fijación enfermiza y narcisista.

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