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jueves, 21 de mayo de 2020

Confinamientos

    

                        Los que hemos tenido la suerte, durante las horas punta de la pandemia, de no haber tenido que pasar por un ERTE y poco a poco nos vamos reincorporando físicamente a nuestros puestos de trabajo nos vemos ubicados –tal como presagiaba hace un par de posts- en un mundo nuevo en donde la despersonalización ha ganado definitivamente terreno. La misma tecnología que nos ha ayudado a poder superar el aislamiento físico (me doy cuenta de que durante estos dos meses he hablado desde casa con gente en Boston, San Francisco, Göteborg, Basilea y Wuhan –nada que ver con el dichoso virus-) nos está ayudando ahora a aislarnos dentro de nuestro entorno más próximo. El acercamiento general que hace de la Tierra la famosa aldea global de la que se habla desde hace años está conllevando, irónicamente, un alejamiento de nuestro prójimo más cercano físicamente. Almuerzo a tres metros de distancia de mis vecinos más próximos. Ninguna conversación –sólo algún intercambio de cortesía que no necesite demasiada intimidad ni explicaciones-. Las reuniones con gente que está físicamente a menos de cien metros se hacen por medios informáticos, tal como venía haciendo con Boston. Todo, evidentemente, por mor de la seguridad y la higiene. Los supervivientes de Auschwitz y Mauthausen explicaron que lo más terrible que sucedió en tales terroríficos lugares no era tanto la tortura y el asesinato como la despersonalización. Los prisioneros eran tratados como números, no como personas, lo cual iba haciendo mella en los espíritus hasta deshilacharlos. Nuestra sociedad cada vez va más en esa dirección. Todo se hace en nombre de unas pétreas y optimizadas normas, en muchos casos ‘científicamente’ apoyadas, y la gente se involucra menos y menos hasta parapetarse y desaparecer tras dichas normas. El filósofo y músico Th. Adorno una vez más se equivocó cuando dijo que “después de Auschwitz el valor de la música ha quedado en entredicho”. Precisamente los supervivientes también explicaron que la música –el Arte- parecía lo único capaz de revertir la despersonalización en medio de la catástrofe. Lo que la redes sociales iniciaron mayoritariamente  desde el entorno del ocio ha llegado ahora a los entornos laborales. 

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