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lunes, 30 de diciembre de 2019

Confort


                 En ocasiones me pregunto qué es lo que hace que la música contemporánea no atraiga al público general (al público general de la “clásica”, que ya de por sí es hoy día muy restringido). Las respuestas que se me ocurren son múltiples y complejas. Que si falta de costumbre/exposición; que si dificultad de comprensión; que si pereza mental; que si dificultad de diferenciación,….Me gustaría pensar en una causa factual que pueda englobar al resto. Una causa relacionada con la actitud perceptiva, por ejemplo. Una muy buena parte de los oyentes de cualquier tipo de música predisponen su mente a recibir un estímulo que, en buena medida, ya esperan. Cualquier alejamiento que el resultado acústico suponga respecto a tal expectativa significará, por tanto, una correspondiente dificultad para seguir su discurso. ¿Qué sucedería si, al inicio de un concierto de rock, un clavicémbalo –convenientemente amplificado- atacara los característicos intervalos y ritmos de este tipo de música? Muchos oyentes se sentirían perdidos, buscando un lazo entre lo esperado y lo factual. Esto es en parte lo que le sucede a una buena proporción del público de los conciertos sinfónicos. Se han alimentado de música clásica y romántica con tal exclusividad que consideran su régimen como el único posible dentro del ámbito de “la clásica”. Aceptan obras posteriores que incorporen algún elemento que puedan referenciar dentro de las coordenadas de su régimen, aunque contengan más disonancias –o lo que ellos mismos consideran disonancias-, mientras tales obras no se alejen del clima emocional al que están acostumbrados. Y este clima emocional está demasiado basado en “la belleza del Clasicismo más la emoción del Romanticismo”. Respecto al tema de “entender” o “no entender” la nueva música, se trata de una posibilidad contingente que puede ser modificada con la experiencia. Alguien abierto de miras puede perfectamente entender o intuir que una música no le complace porque todavía no está preparado para ella (cuando no le complace, pero “la entiende” tiene muchas menos probabilidades de incorporarla a su lista de favoritas). En muchas ocasiones no acabamos de “entender” a un compositor del pasado hasta que se nos abre un espacio mental que se corresponde con la música del tal compositor y, de repente, como en un salto cuántico, entramos en su mundo y somos capaces de resonar con él. Lo que hace que estemos dispuestos a aceptar más fácilmente la música, pongamos por caso, de Schubert que, pongamos por caso, la de Boulez, no es simplemente el grado de supuestas disonancias. Es más bien la percepción de un paisaje desconocido la que se interpone entre nosotros y la obra y nos dificulta su comprensión. Y he puesto a Schubert como ejemplo porque, en mi caso, me costó mucho más entrar en su mundo que en el de Stravinsky o Messiaen. Nuestra era de cibercomunicación nos aparece como un arma de doble filo: nos proporciona por una parte acceso a una elevada porción de opciones culturales (estilos, épocas, paradigmas, filosofías, aproximaciones) pero por otra nos facilita el encontrar con demasiada comodidad las opciones que más resuenan en nosotros y se sitúan en nuestra zona confortable. De esta manera relaja nuestras ansias de conocimiento y la búsqueda de nuevos horizontes. Otro asunto consiste en discernir cuáles de estos nuevos horizontes nos aportarán alguna cosa y cuáles nos resultarán absolutamente superfluos.

           El pasado día 25 falleció uno de los grandes liederistas del último tercio del S XX, el tenor Peter Schreier. Su voz no era increíblemente bella (aunque su timbre fuera especialmente reconocible), pero sí lo era su fraseo y su expresividad. Schreier fue uno de los cantantes de entre los que marcaron mis inicios musicales a los que más tarde tuve la suerte de poder escuchar en directo, junto con Gundula Janowitz, Anton Dermota, Cesare Siepi, Lucia Popp, Walter Berry, Victoria dels Angels, Federica von Stade, Theo Adam, Jessye Norman, Brigitte Fassbaender, Hermann Prey, Thomas Quasthoff ... (¡qué suerte he tenido!).
            Me entero -también a través de YouTube- que el pianista Dalton Baldwin también ha fallecido hace unos días...

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